Distorsiones en los negocios familiares

Marcial abandonó la sala de reuniones molesto. Por enésima vez había tenido una discusión con su padre sobre la marcha del negocio familiar. Estaba convencido de la necesidad de abrir un tercer local de su restaurante pero su padre parecía no entenderlo. Bordeaba los cuarenta años y lo seguía tratando como si tuviera diez. Retrasar el alquiler del local, estratégicamente ubicado, era darle una oportunidad a la competencia de tomarlo, y él sabía muy bien que andaban rondando al arrendador tanto como ellos.

Marcial, el último de tres hermanos, empezó a trabajar en una pequeña industria local al terminar sus estudios. Al poco tiempo su madre enfermó y su padre, don Juan, le pidió que le ayudara con el restaurante. Marcial aceptó pensando que podría aportar ideas frescas al negocio. Su padre, un emprendedor nato, tenía otros dos negocios, en uno de ellos trabajaba uno de sus hermanos y en el otro el mismo don Juan. Su otro hermano vivía en el extranjero.

Esto será tuyo

Llevaba más de una década en la empresa con mucho trabajo, sin horarios, sin descansos y un sueldo muy ajustado.  La excusa de su padre para pagarle poco siempre era la misma: “pero si esto será tuyo”.  Cosa que no era del todo cierta, pues iba a ser de él y de sus otros dos hermanos: a Marcial le correspondería sólo la tercera parte. Imposible argumentar con su padre.

Además, como él era el administrador del restaurante, don Juan no estaba dispuesto a pagarle al personal subalterno más que lo que le pagaba a su hijo, y mantenía los sueldos en un nivel muy bajo. Esto originaba alta rotación lo que complicaba el nivel de servicio, pues debía entrenar continuamente nuevas personas. Tuvo que casarse para que don Juan accediera a mejorarle el sueldo.  Sin embargo, cuando don Juan necesitaba dinero, el restaurante era su caja chica… y a veces no tan chica.

Distorsiones

Este no es más que un pequeño ejemplo –real– de las distorsiones que suelen encontrarse en los negocios familiares. Vista la situación sin la carga emocional de ser parte de la familia, se ve claro que pagar a alguien por debajo del mercado es una cierta subvención no explícita al negocio, que parecerá más rentable de lo que es, en este caso a costa del sueldo de Marcial. Don Juan no percibe el costo de oportunidad de su hijo, que no sólo podría estar ganando un sueldo más equitativo y acorde a su experiencia, sino tener un desarrollo profesional alternativo en otra empresa.

Marcial tenía la impresión –y no le faltaba razón– de que podía ser más escuchado y valorado como ejecutivo en otro negocio que no fuera el de su familia, pues la sala del directorio de la empresa parecía más bien una prolongación del comedor familiar, en la que él seguía siendo el hermano menor. Las mejoras de sueldos para no afectar el nivel de servicio, la inversión en equipos para mejorar las eficiencias, la necesidad de abrir el tercer local para conseguir reforzar la marca y crecer la operación eran decisiones que veía con claridad pero, al no existir mecanismos formales para la toma de decisiones empresariales, terminaba siempre siendo discutidas en el entorno familiar.

El entorno familiar y el entorno empresarial

Para entender estas distorsiones debemos darnos cuenta de que se trata de dos sistemas distintos (la familia y la empresa) que, al tener que convivir por tener miembros comunes, se transmiten desorden mutuamente: confusión de las funciones que tenemos en la familia y las funciones en la empresa, confusión de lazos de afecto y lazos contractuales, confusión de la propiedad con la capacidad para dirigir, retrasar la sucesión porque “el chico no está preparado” (¿hasta cuándo será el chico?), no tener canales de comunicación formales porque “somos familia”, trasladar las decisiones del ámbito empresarial al entorno familiar, confundir el “bolsillo” de la empresa con el “bolsillo” propio, etc.

Cuando se inicia el negocio familiar probablemente ni se nota el traslape entre el entorno familiar y el entorno empresarial, pues ambos son casi lo mismo. Pero a medida que crece, se requiere profesionalizar el negocio, y para eso es imprescindible separar el ámbito familiar del empresarial.  Los Protocolos Familiares están pensados justamente para regular las relaciones entre la familia y la empresa, de modo que cada una tenga claro y definido su propio ámbito de acción y no se provoquen las distorsiones de las que hemos venido hablando. De este modo se aprovechan mejor las fortalezas de una empresa familiar: visión de largo plazo, mayor compromiso de la sus miembros con el trabajo y valores fuertes y bien arraigados que permiten el establecimiento de una cultura.

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