Sentados alrededor de la mesa Claudio, gerente de la empresa, y sus dos socios –todos ingenieros– escuchaban atentamente las explicaciones de su contador (el tercero en menos de dos años) sobre los últimos estados financieros que les había preparado. Se notaba un clima tenso y cierto nerviosismo en todos, pues los últimos meses Claudio y sus socios debieron afrontar diversas inspecciones de la administración tributaria, que les ocasionaron multas y otros pagos por montos muy considerables y que habían impactado seriamente en la liquidez de la empresa. Estaba nervioso porque tanto él como sus socios preferían mil veces afrontar los problemas operativos de su constructora, en donde sabían perfectamente lo que tenían que hacer, a tener que enfrascarse en revisar las cifras y asientos contables, de los que no tenían mucha idea.
Claudio explicaba su experiencia comparándola con los servicios de masajes que en ocasiones uno encuentra en los aeropuertos: estás tenso, te sientas, masajean los músculos del cuello y la espalda, permitiendo que te relajes y luego ¡a seguir viaje! Claudio pensaba que hasta ese momento todos los contadores que pasaron por la empresa les habían hecho un buen “masaje contable” pero nada más: te sentías muy a gusto con lo que te presentaban porque decían lo que querías escuchar, hasta que a la vuelta de la esquina descubrías que las cifras tenían poco parecido con la realidad y el dolor y las molestias volvían el día menos pensado.
En una ocasión, luego que la administración tributaria les hiciera serias observaciones sobre la información que habían presentado, cuando interrogaba a su contador sobre estos temas, éste le explicó que debido a la premura de tiempo y la falta de definición de Claudio había hecho algunos “artificios contables” para mejorar el “perfil de la empresa” porque cara a los bancos y entidades reguladoras hay que “sonar bien” y que esto es una “práctica usual” y que él les “había avisado” (¡¿cuándo?!) de estos “ajustes contables”. Claudio pensaba que no sólo el contador tenía la culpa, él se sentía también culpable de no haber prestado la suficiente atención a un tema de control tan elemental como la contabilidad. Notaba que había presionado en exceso a sus contables para que ellos vieran cómo resolver esos “temas formales”, a los que él no podía dedicar su “valioso tiempo”. Ruego al lector perdone el excesivo entrecomillado, pero estas frases reflejan eufemismos convertidos en lugares comunes, con los que por lo general se disfrazan los problemas de la empresa.
Para Claudio, una persona que ha llevado una carrera exigente como ingeniería, no debería presentar gran dificultad ser capaz de leer y entender los estados financieros. Pero, además de la posible pereza mental, existe cierto temor infundado entre directivos y gerentes que les lleva a pensar que las cifras de la contabilidad son enredadas o que responden a caprichosas elucubraciones de sus contables. Esto no sólo no es verdad, sino que a final de cuentas son cifras que responden fundamentalmente a dos relaciones lógicas sencillas:
- De dónde salieron los fondos de la empresa y en qué se usaron.
- Cuántos recursos genera y cuántos consume la empresa.
Los estados financieros son como unos buenos análisis clínicos: las cifras tienen que reflejar confiablemente lo que le está ocurriendo a la empresa, no lo que le gustaría que ocurra a los directivos o al gerente. Puede ser doloroso, pero mejor es la verdad por cruda que sea al “masaje contable”, a sentirte a gusto por un tiempo hasta descubrir que aquello que nos contaron no se ajusta a la realidad, con todas sus amargas consecuencias. Si los análisis clínicos están bien hechos, el médico nos dará la medicina adecuada, pero si no son confiables podemos tener un cáncer y no enterarnos. Y no pensemos que el “masaje contable” es privilegio de empresas pequeñas o medianas, ha pasado con compañías tan encumbradas como Enron y sus auditores de Arthur Andersen, en la que ambos acabaron saliendo del mercado.
El no saber lo que tenemos obligación de saber se llama ignorancia. Para un gerente o un directivo no saber lo que expresan los estados financieros de su empresa es ignorancia culpable y por tanto es cómplice con el contable, porque tiene obligación de entender esos números y actuar en consecuencia. Así que, estimado lector, si sospecha que su contador le está dando “masaje contable”, mejor ármese de un poco de paciencia y exija llegar a una comprensión certera de las cifras de sus estados financieros.