Entender para atender

Luego de culminar la carrera de Derecho en Madrid, Samuel pasó un año en Mumbai, India, haciendo labores de voluntariado. Su afán de servicio y su inquietud por conocer personas y culturas distintas lo llevaron a este alejado destino. Su paso por la India le había dejado huella y mantenía vínculos con los buenos amigos que forjó en su estancia. Ya de vuelta en la capital española, comenzó a ejercer su profesión en un importante estudio de abogados.

Me has hecho perder el tiempo

A los pocos años, unos buenos amigos de Mumbai vieron oportunidad de invertir en Europa y pidieron a Samuel que los pusiera en contacto con su estudio de abogados. El día que llegaron los recibió muy emocionado, pero el socio que el estudio había designado para atenderlos, y quien llevaba la voz cantante en la reunión, fue poco empático y no parecía hacerse cargo de sus necesidades. No sólo le costaba entender su acento sino el modo que tenían de plantear las cosas. La reunión fue un desastre y no llegaron a nada concreto. Es más, el socio le murmuró a la salida: “me has hecho perder el tiempo”.

Samuel, avergonzado, invitó a sus amigos a cenar. En medio de la comida les pidió disculpas por lo ocurrido en el estudio y ofreció ocuparse de su caso usando su tiempo libre y sin cobrarles un centavo por sus servicios. Los convenció a punta de insistir y de hacerles notar que nadie conocía mejor lo que necesitaban y los problemas que iban a encontrar que él, que conocía bien ambas culturas.

Saltarse las barreras

Y así fue. Samuel prestó un valioso servicio a estas personas, pues no sólo les facilitó la parte legal para su ingreso al mercado, sino que los orientó sobre los usos y costumbres de los consumidores locales y sobre el modo de poner en marcha la filial de la empresa en el mercado europeo. Samuel se dio cuenta que lo mismo que les ocurrió a sus amigos indios le estaba pasando a otros, que encontraban poco eco en los tradicionales estudios de abogados, muy orientados al cliente occidental, a las grandes corporaciones norteamericanas y europeas. Fue así que terminó abriendo su propio y exitoso estudio de abogados, dirigido especialmente a empresarios que venían de Oriente, ayudándoles a saltarse la barrera cultural para ingresar al mercado europeo.

Hay que entender para atender

Una de las claves más importantes para el éxito de cualquier tipo de negocio es dar con el segmento adecuado al que queremos dirigirnos. Pero no basta identificar con claridad a quién vamos a vender nuestros productos o servicios, sino que tenemos que conocer a fondo a nuestros clientes y consumidores para poder atender, de modo superior al resto, sus necesidades: hay que entender para atender.

El caso de Samuel es uno de tantos: su éxito se basa en conocer muy bien la idiosincrasia y las necesidades de sus clientes orientales, por eso es capaz de atenderlos mejor que nadie. Lo mismo aplica a los más diversos tipos de negocios. Si tenemos un restaurante que atiende a turistas de lujo ¿tiene sentido que lancemos una promoción para estudiantes universitarios? Si tenemos una marca de ropa para señoras mayores ¿haremos una colección con los gustos de una ejecutiva joven? Podría seguir citando ejemplos de negocios que pretenden conocer a sus clientes pero que, en los hechos, demuestran cuán poco los entienden (y tengo abundantes historias), pero quisiera estimado lector que recapacite sobre sus clientes/consumidores y se pregunte: ¿en verdad los conozco a fondo? Porque casi seguro que, si se lo propone, encontrará más de una oportunidad de hacer crecer su negocio.

Publicado originalmente en la revista Mercados & Regiones

En qué negocio quiero estar

Manuel tenía diversas alternativas delante suyo y no sabía por cuál optar. Unos años atrás, su familia, dedicada a la industria del cuero, había decidido entrar al negocio de los servicios cárnicos, poniendo un centro de beneficio para vacunos, porcinos y otros animales, en una extensa zona agrícola, para asegurar el suministro de cuero que requerían los productos peleteros que comercializaban. Él, con la carrera recién terminada y sin experiencia, tuvo que sacar la empresa adelante, a pesar de todas las dificultades que surgieron en el camino. Un lustro más tarde el centro de beneficio iba viento en popa y Manuel sentía que necesitaba algún reto adicional.

¿Y si me hago ganadero?

Hacía poco un ganadero de la zona le había ofrecido en venta su fundo de engorde de vacunos, una granja donde cientos de animales eran alimentados hasta tener el peso adecuado para ser beneficiados. La idea resultaba tentadora: el precio le resultaba razonable y él tenía conexiones con todos los carniceros de la zona para colocar la carne que produjera. Aunque no sabía nada del engorde de animales, no le parecía tan complicado aprender de aquello. Ya lo había hecho con el camal, cuando tuvo que hacerse cargo años atrás.

Ampliar los servicios

Había recibido también la propuesta de una cadena de carnicerías de una ciudad cercana para darles más servicios y proveerles la carne con cierto valor añadido. Esta propuesta implicaba cortes más especializados y una mejora en el proceso de congelado, así como certificaciones adicionales. Para estas mejoras, debía invertir en nueva maquinaria, cambiar parte de su proceso de congelado y, a la vez, ampliar sus cámaras de frío. Todo esto implicaba una inversión nada despreciable y la incorporación de personal especializado.

¿Qué pasa si me acerco al cliente final?

Por otro lado, veía cada vez con más interés el poner su propia cadena de carnicerías. ¿Por qué no? Tenía el suministro de carne, manejaba su propio camal, conocía a los carniceros, sabía los tipos de corte que solicitaban y era capaz de manejarlos. En esencia, ya estaba en el negocio de la carne. Pensaba que podría resultarle sencillo entrar a competir poniendo sus carnicerías, y así tener contacto con el cliente final. 

En qué negocio quiero estar

Por esos días, recibió la visita de Eduardo, un amigo argentino con el que había hecho la carrera. Le contó sus dudas: integrarse para atrás, teniendo su propio centro de engorde; ampliar sus servicios creciendo horizontalmente; o integrarse hacia delante poniendo sus propias carnicerías. Eduardo le hacía notar que, si ponía su propia ganadería, los carniceros que hoy le pagaban sin chistar por el servicio de beneficiar las reses, pasarían a regatearle cada kilogramo de carne. Por otro lado, la cadena de carnicerías que le pedía nuevos servicios no le aseguraba ningún volumen específico por los nuevos requerimientos y no sabía si compensaría la inversión. Finalmente –le razonaba Eduardo respecto a montar sus propias carnicerías– una cosa es lidiar con cincuenta carniceros y otra con cinco mil amas de casa; no da lo mismo administrar un único punto de venta (el camal) que múltiples puntos de venta (las carnicerías). Al cambiar de cliente estamos cambiando de negocio.

En qué negocio quiero estar

Manuel pensaba que a Eduardo no le faltaba razón. Tenía los recursos para llevar adelante cualquiera de las tres alternativas, pero debía evaluar en qué negocio quería estar y en cuál no. No era sólo dinero lo que hacía falta para lanzarse a comprar o invertir en cualquiera de las alternativas planteadas, se requerían también unas capacidades tanto operativas como directivas propias para cada caso, así como un plan de negocios que clarificara las sinergias que iba a ser capaz de generar al integrar dos negocios, de modo que maximizaran el resultado de su inversión. Y usted, amable lector, ¿qué estrategia de crecimiento tomaría?

Originalmente publicado en la Revista Mercados & Regiones, 30 de enero de 2018